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Lo secular y lo profano
Estamos en un mundo en donde se usa el término secular sin ningún sentido peyorativo. Todo el mundo sabe lo que es moverse en la esfera de lo secular. En cierta manera, para el hombre de la modernidad o posmodernidad, lo secular es, simplemente, el comunicarnos que el mundo está dividido, que hay dos esferas diferentes: lo secular y lo religioso. En general, ninguna de las dos esferas se ve como peyorativa, ni siquiera como opuestos. Son campos diferentes que, si algo peyorativo se le puede ver a cualquiera de estas esferas, es sólo en el ámbito de lo personal, alguien que reniegue de la religión o que critique duramente lo secular, pero, en el ámbito sociocultural actual, son simplemente dos ámbitos distintos. Pero no siempre ha sido así. Eso es algo relativamente reciente. En el mundo anterior a esta modernidad que nos ha tocado vivir, el mundo se dividía en dos ámbitos que no se pueden identificar con lo secular y lo religioso: Lo sagrado y lo profano.
En los momentos históricos premodernos en donde se aplicaba la distinción entre lo sagrado y lo profano, había muchas áreas de la vida que no eran totalmente profanas y que hoy se consideran como seculares.
Hoy, por ejemplo, la economía se puede considerar una ciencia autónoma en el campo de lo secular. Antaño, la economía no era, necesariamente, algo profano. Podía estar en el ámbito de lo sagrado. Además, ésta es una realidad bíblica. Se daba una relación entre un Dios, que era el sustentador de todos los productos de la tierra, de todos los alimentos y demás elementos necesarios para vivir dignamente, y un hombre que debería ser un colaborador de Dios en la administración de esos bienes y en su redistribución. Si no fuera porque la economía estaba también en el ámbito de lo sagrado, no se podría entender que en la Biblia se le dé una cancha tan grande a la denuncia profética, la denuncia contra los que acumulan casa a casa y heredad a heredad como si toda la tierra fuera de ellos. Incluso el no compartir solidariamente se podía asimilar con una idolatría.
Pero lo mismo puede ocurrir con la medicina. Hoy se puede dejar en el ámbito autónomo de lo secular, pero en los tiempos antiguos no se podía dejar en el campo de lo profano. Había que pararse ante el enfermo o herido y curarlo. Era algo sagrado. Por ejemplo, en el caso del Buen Samaritano, que se nos deja como ejemplo de buen prójimo, se nos dice que, además de usar su aceite y vino, su cabalgadura y de mancharse las manos, “sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”. La parte final, que habla de regresar, da también la idea del seguimiento que debemos de tener ante los heridos, enfermos o apaleados. Hoy, la medicina puede ser una ciencia secular que, además, tiene toda una tecnología que va mucho más allá del uso del vino como desinfectante o del aceite como alivio del dolor y que se considera hoy como una ciencia autónoma y secular. En tiempos premodernos no era profana ni mantenía esa autonomía.
Así, pues, la separación y distinción que hoy se hace entre lo secular y lo religioso, no se corresponde con la separación que nuestros antepasados hacían entre lo sagrado y lo profano. Es por eso que hoy, al mantenerse tantas áreas que demandan autonomía y que se consideran autorregulables, lo sagrado o lo religioso ya no es el magma que lo impregna todo como una base sustentadora y organizadora de la totalidad social. Estamos en un mundo diferente.
Las preguntas que pueden surgir aquí son las siguientes: ¿Ya no puede el cristianismo incidir el sistema económico o de mercado? ¿Al ser autónomo y autorregulable no puede el cristianismo intentar poner normas éticas o valores bíblicos que coadyuven a la regularización de ese mercado? ¿No puede ya practicar el cristiano la denuncia profética en torno a las estructuras y leyes de un mercado que se puede considerar injusto desde los valores evangélicos? ¿Hay ausencias de límites sociales, éticos o naturales para el mercado? ¿Se regula sólo por su propia ley interna, es decir, por los precios, por el dinero, dentro de una competitividad en la que no pueden entrar los pobres de la tierra? ¿Son todas las ciencias hoy autónomas y autorregulables, quedando la religión como una disciplina más entre ellas que, además, se debe de vivir en la intimidad sin interferir demasiado en las disciplinas autónomas que tienen sus propias reglas éticas o contrarias a toda la ética social cristiana?
Los cristianos seguiríamos diciendo un no rotundo a muchas o a todas estas preguntas. El cristianismo, muy en consonancia con el concepto de lo sagrado, sigue pensando que no debemos arrinconarnos en nuestros devocionales con Dios, desligándonos del resto de la responsabilidad que creemos tener en relación con tantas ciencias que hoy se proclaman autónomas y autorregulables. Queremos ver como sagradas también todas esas áreas de la vida por una razón: Todas estas áreas afectan al prójimo y el prójimo debe ser para el cristiano el lugar sagrado por excelencia, un lugar santo, un lugar teológico que está por encima de las reclamaciones de autonomía y autorregulación de las diferentes disciplinas. Y si esto lo creemos así, no nos quedará otro remedio que entrar por las líneas proféticas con las cuales entroncó Jesús: las líneas de denuncia de la injusticia, de denuncia de la desigual redistribución de bienes económicos, médicos, sociales y culturales, de denuncia de la opresión, la marginación y la exclusión de tantas personas que tienen derecho a participar de los bienes de esta tierra que es de todos.
Juan Simarro es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid
© J. Simarro. ProtestanteDigital.com (España, 2007).
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